Fue una familia igualmente coreana, establecida en una anterior oleada migratoria, la que escribió a casa de Kim pidiendo a su familia autorización para traerlo a la Argentina. 

KIM

No fue fácil la decisión de mandarlo con tan poca edad y tan lejos de su cultura. Los movió el afán de que tuviera una vida mejor que la que podían darle ellos, siendo como eran pescadores de origen humilde. Fue un gran esfuerzo realizar el pago que se exigía para llegar a destino. En el aeropuerto lo esperaban dos hombres asiáticos  y allí embarcaron hacia Estados unidos, donde le dieron un nuevo pasaporte con otro nombre que debía ser entregado a quien lo esperaba en Argentina.Allí estaba una pareja, que tras retenerle el pasaporte lo acompañaron después a denunciar el extravío y también, pusieron en el diario local un aviso ofreciendo gratificación a quien lo devolviera.Tras muchas horas,  finalmente fue dejado en la fábrica textil de quien sería, de allí en más, su empleador y amo.Su nombre ya no es su nombre, sus días pasan sin salir del taller donde sus contratantes le dan un plato de comida al día y unos centavos por cada unidad confeccionada. Toda su correspondencia es retenida y sus jornadas llegan a ser de sol a sol.

Kim recuerda haber aprendido en su país a vivir un modelo de sociedad igualitaria aunque con alguna  libertad restringida, pero sus compatriotas aquí se comportan de manera muy distinta, han asumido otras reglas de juego.

Un abismo separa las relaciones de dueños y trabajadores. Cada inspección al taller crea en él una esperanza de libertad. Pero los hombres siempre se van después de hablar con el dueño. La deshumanizante cadena del trabajo esclavo, siempre tiene los eslabones necesarios.