Roxana supo enseguida que lo suyo no era una historia de niña-mujer paraguaya, pues Camila era mendocina y había aterrizado en Bahía Blanca en circunstancias similares, sin querer, sin haberlo elegido.
Ella nunca tuvo un registro de caricias. Sus padres no tenían tiempo para ese tipo de manifestaciones.
Cuando su mamá comenzó a vivir nuevamente en pareja, ella sintió que llegaba un tiempo mejor.
Fue una familia igualmente coreana, establecida en una anterior oleada migratoria, la que escribió a casa de Kim pidiendo a su familia autorización para traerlo a la Argentina.
Cuando ella nació, su madre que ya tenía varios hijos, no la atribuyó a ninguna bendición del cielo. Por el contrario, más de una vez siendo muy niña la escuchó renegar de su existencia.
Cuando le preguntaron si había sufrido violencia familiar en su infancia, dijo que no. No era que mintiera, lo que no recordaba era haber sido golpeada por sus padres.